La batalla de Orreaga o Roncesvalles es un hito reconocido en la cultura europea. La Chanson de Roland, obra destacada de la literatura medieval francesa, se ha encargado de dar relieve y notoriedad al hecho, aunque sea en una versión interesada, adulterada, que pinta de héroes y paladines a quienes no eran más que una horda de saqueadores. En cambio, mucho más ignorado es el dato de que en Orreaga se dieron más choques armados, fruto de un largo período de enfrentamientos entre vascones y francos, y que las contiendas en el Pirineo fueran decisivas para establecer el control del territorio por parte de sus naturales.

En efecto, en las crónicas musulmanas (Ibn Hayyan…) y cristianas (Astrónomo, Eginardo, el códice de Roda…) se mencionan distintos combates y hechos de armas, de mayor o menor alcance, durante esa época. La citada batalla de 778, con Carlomagno y Roldán a la cabeza; la insurrección y muerte de Mutarrif, gobernador de Pamplona, en 799; la agitada incursión de Ludovico Pío a Iruñea en 812; la insurrección de 816; y, por fin, 824.

En concreto, la última contienda de 824 significó como la del año 778una gran victoria vascona sobre las tropas francas, dirigidas por los nobles Eblo y Aznar, que facilitó la consolidación de la autoridad local en el país. Fue el mismo año en que se instauró, a decir del padre Moret o Ximenez de Rada, el reino de Pamplona, un poder soberano de origen vascón en las tierras pirenaicas.

Es sorprendente que tengamos un cumplido conocimiento de las batallitas francesas (y sus homenajes, glorias, mitos y leyendas), y no guardemos una noción básica de nuestra

historia, de los hechos reales que nos identifican. ¡Y de qué modo! No todos los años un pueblo proclama su independencia. Los Estados Unidos de América llevan el rostro de su primer presidente, el padre de la patriaen los billetes de dólar. Los países europeos celebran fiestas nacionales en cualquier fecha que destaque su existencia. Y nosotros, como de costumbre, en la higuera.

Esta etapa histórica merece ser conocida, tanto por sus circunstancias como por sus profundas consecuencias. En un contexto internacional europeo en el que se enfrentaban dos grandes fuerzas en expansión: el imperio carolingio, referente de la futura Europa; y la presión del Islam, por el sur, en su apogeo, un pueblo sin notorios aliados ni

grandes recursos geoestratégicos consigue hacerse un hueco en la historia. Es probable

que se dieran condiciones específicas: una cohesión de grupo, reforzada por la amenaza exterior y por su condición de etnia, su cultura, su lengua…

Lo cierto es que se trata de uno de los pocos casos en Europa en que el origen del Estado surge de su población natural, y no, como en Francia, Borgoña, Hungría…, de una casta militar exógena y conquistadora (francos, burgundios, hunos…). Ello tendrá consecuencias futuras en cuanto a la conservación de costumbres, identidad, fueros y otras cualidades propias. También es significativo que esa victoria del año 824 se construyó en torno a una alianza territorial entre familias dispersas: vascones de Pirineos, Iruñea, Banu Qasi de la Ribera, ducado de Nabarra, los Belasko de Araba y Jaka…

Pero quizás, desde nuestra perspectiva actual, lo más impactante sea constatar las consecuencias de la etapa que se inicia, el recorrido histórico que inaugura esa instauración soberana. Hablamos del reino de Pamplona, con Eneko Aritza como rey, que abre la puerta a una integración política de la etnia vascona, a una proyección territorial y una existencia independiente que dan cuerpo a una realidad que incluso hoy, 1.200 años después, nos alcanza.

El reino de Pamplona, que entonces emergió, fue el precedente directo de Navarra, realidad política de Euskal Herria durante siglos, máxima expresión institucional e internacional de nuestro país. En ese marco histórico, convivencial, referencial y territorial, debemos inscribir y entender las claves de nuestro pasado, de nuestra existencia colectiva como sujeto político. Nuestra aportación a la humanidad, en términos universales, de cultura, incluso de personas concretas de toda condición –marinos, literatos, viajeros, misioneros o bertsolaris; desde reinas hasta médicos; desde Margarita de Navarra hasta Benjamín de Tudela; desde Lauaxeta hasta las mujeres de Zugarramurdi–, se ha dado en la historia en virtud de una realidad nacional que se empezó a construir en aquella proclamación.

Del 13 al 18 de mayo, Nabarralde organiza una semana cultural en Erribera Kulturgunea de Astigarraga, con la colaboración del Ayuntamiento y Motako Gaztelua Elkartea, en torno al 1.200 aniversario de aquellos acontecimientos. Peio Monteano, Xabier Irujo, Idoia Arrieta, Josean Beloki, Iñigo Larramendi, historiadores, escritores, nos hablarán de todo ello. La historia es apasionante: sirve para entendernos y, quizás, nos ayude a bajarnos de la higuera.