Chivite es presidenta del Gobierno de Navarra por la abstención de EH-Bildu: 21 (PSN-Geroa Bai-Contigo Zurekin)-20 (UPN, PPN, VOX), en segunda votación (mayoría simple). El acuerdo programático del Gobierno de coalición no compete a la izquierda abertzale. Los acuerdos son puntuales (caso de los Presupuestos). Asiron es alcalde de Pamplona por el cambio de sentido del voto del PSN: en junio, abstención; en diciembre, día de Inocentes, apoyo a moción de censura.

Cristina Ibarrola, a un concejal y un puñado de votos de EH-Bildu, ha merecido el apelativo de “la breve”. La necesidad de Chivite contraía la deuda de una contraprestación teatralizada. Desde la desaparición de ETA, la coalición Bildu camina despacio porque no tiene prisa. Y además, pesa la mochila de su árbol genealógico. Los intereses de Pedro Sánchez le ayudan a aliviarlo.

En Navarra, la izquierda abertzale ha tenido siempre peso específico. Su ascenso competitivo en Euskadi ha causado tremenda incomodidad en la derecha nacionalista vasca y en la constitucionalista. EH Bildu tampoco se inmuta porque el PSE-EE vaya a consolidar un gobierno de coalición con el PNV. Paciencia estratégica. Un eurodiputado abertzale ya me advirtió años atrás sobre la longevidad de su familia al especular con el horizonte de la independencia. El PSE no hará lehendakari al candidato de EH Bildu (los números salen), pero Bildu ha hecho presidentes a Sánchez y a Chivite.

También podría provocar sus respectivas caídas, pero no quiere porque no le interesa. La presidenta navarra tiene muy claro que ETA fue una banda terrorista. El bregado parlamentario foral Adolfo Araiz y el neófito candidato de la CAV han tirado de perífrasis sobre la naturaleza de ETA. Otxandiano: “Grupo armado, sometido a consideraciones y denominaciones diversas como la violencia de Estado”. Araiz, en modo Rajoy: “Lectura política ya conocida sobre la organización que usted (a la periodista) me cita”. Disimulo estratégico.