La destreza artística y la visión creativa de la de Zumaia (Gipuzkoa) se despliegan en este montaje basado en las cartas de combatientes de distintas guerras –y sus familiares– que nunca llegaron a su destino. Coreografiada por Matthew Golding y con Lucía Lacarra y otras/os diez bailarinas/es sobre el escenario, la nueva compañía transforma una historia real en un argumento original para un ballet. Una historia que explora la temática de las conexiones perdidas e invita a reflexionar sobre el poder de la comunicación.

¿Cómo surgió la idea de ‘Lost Letters’, cómo se les ocurrió montar un espectáculo con esta historia?

–Matthew (Golding) tenía la música de esta obra desde hace mucho tiempo y, poco a poco, fuimos dándole forma a la idea. Desde un principio, él veía soldados en la partitura de Rachmaninov, pero no queríamos hacer una historia acerca de la guerra. Yo había visto en el museo Smithsonian de Washington una exposición que se llamaba Losts Letters en la que, a la vez que se recopilaban cartas perdidas en las guerras mundiales, se buscaba a las generaciones siguientes para devolvérselas. Antes, las cartas no eran como ahora, que apenas nos mandamos un mensaje. En la época, las cartas tenían corazón, alma... La gente no sabía si esas iban a ser las últimas palabras que iban a escribir o que iban a a leer.

Emocionante.

–Sí, me pareció algo muy bonito. Después de dar con la idea, estuvimos buscando cómo personalizarla, porque nos gusta que nuestras obras tengan algo nuestro, estar emocionalmente atados, ligados a ellas. Y hablamos de muchos símbolos, por ejemplo, el de la amapola, ya que el bisabuelo de Matthew estuvo en la guerra y en Canadá la amapola es un símbolo muy importante porque representa al soldado caído. Además, un día en un aeropuerto, vi de lejos un libro que tenía una amapola en la portada y me dirigí directamente a cogerlo. Este libro se llamaba Cartas de amor en tiempos de guerra.

Una señal, ¿no?

–Sí, de esas casualidades de la vida. Es un libro maravilloso que tengo aquí conmigo y que contiene cartas reales que escribían soldados desconocidos o recibían sus familiares y otras de personalidades como Winston Churchill o Ernest Hemingway. Hay una que me emocionó especialmente, la de Frank Bracy, un artillero de la primera guerra mundial le ruega a su mujer que no lo haga. Ella había caído en una depresión y amenazaba con no querer seguir viviendo si él no volvía. Y él le decía que, si de verdad le quería, para seguir adelante necesitaba saber que ella iba a ser feliz, que, pasara lo que pasara, seguiría viviendo, encontraría a un hombre maravilloso que la quisiera y tendría hijos. Es una prueba de amor impresionante y enseguida nos preguntamos qué hubiera ocurrido si esta carta hubiera no hubiera llegado a manos de esta mujer.

Además, ahora, tristemente, volvemos a estar en un contexto bélico.

–Sí, tristemente. En octubre de 2021 ya teníamos completamente cerrada la idea del espectáculo, todavía estábamos en pandemia y nadie se podía imaginar que, tres años más tarde, estaríamos no en una, sino en dos guerras. Por eso nos alegramos de optadesde el principio por una obra sin sentido bélico. Lost Letters es más sobre la pérdida humana, sobre la desconexión y sobre lo que sufren las personas en situaciones así, cuando no tienes noticias de un ser querido.

¿Cómo ha trasladado todas esas emociones, que son muy intensas, a la danza?

–Pues tenemos la ayuda maravillosa de la pantalla, porque lo primero que hicimos antes de crear los pasos fue grabar una película que se ve a lo largo del espectáculo. Dura una hora y diez minutos y está grabada enteramente en Zumaia, de donde soy yo y que a Mathew le inspira muchísimo. Las imágenes ayudan, tanto a nosotros como al público, a ponerte instantáneamente en situación sin necesidad de tener ninguna decoración en el escenario. Te coloca en la atmósfera emocional y te lleva también a una cierta época pasada desconocida. Tiene una energía que te hace ver que algo va a ocurrir. 

Ha sido la número uno, pero no olvida Zumaia, su origen. 

–Para mí es muy importante. Creo que cuando uno quiere crear emociones verdaderas tiene que saber utilizarlas a partir también del cariño que uno tiene por este trabajo. Para nosotros, esta obra es como un bebé. Ha tenido una larga gestación, porque, al decidir hacerlo con una compañía y tener que buscar los bailarines, ha conllevado muchísimo trabajo. Pero solo te arriesgas cuando cuando crees en algo y tiene pasión por ello. Entonces intentas rodearte de cosas que te afectan personalmente, que te dan energía. En este espectáculo, hay momentos donde emulo en escena lo que hago en pantalla, solo que mientras que en las imágenes se muestran las acciones de unos seres humanos que se contienen por estar en el exterior, en el escenario los dejo fluir. 

Crear una compañía en estos tiempos en los que la danza no es que esté muy acompañada, nunca lo ha estado, por las instituciones, es un paso muy arriesgado.

–Sí, es arriesgadísimo. De hecho, nadie lo hace. Es que lo haces solo y no implica únicamente tener mucha voluntad de trabajo, porque estás arriesgando todo lo que tienes para hacer un espectáculo en el que crees. La responsabilidad es enorme, y no solo como cuando eres bailarín, que consiste simplemente en bailar bien. Ahora, que el espectáculo salga bien y guste depende de ti. Al mismo tiempo, la satisfacción es también es enorme e incomparable con cualquier otra que hayas podido experimentar antes. Cuando ves ese trabajo finalizado y al público disfrutándolo, la verdad es que merece la pena. Pero sí, es mucho, mucho riesgo.

¿Cuáles son los objetivos principales del proyecto?

–Los objetivos más sencillos y principales consisten en hacer girar la compañía lo máximo posible. Porque, aparte de querer crear obras que nos emocionen a nosotros y a la gente, también queremos crear una plataforma que sea como un trampolín para los jóvenes bailarines que tenemos con nosotros, ya que yo, por mucho que quisiera, no puedo ofrecerles un contrato anual. Lo que sí puedo ofrecerles es esta experiencia profesional práctica que pueden añadir a sus currículums y que les va a ayudar a conseguir otros trabajos y a hacer audiciones. De hecho, hay dos bailarines que entraron el mes pasado porque dos de los que teníamos desde el inicio han conseguido trabajo, lo que para mí es un orgullo enorme. Supone mucho trabajo para nosotros porque hay que ir renovando el elenco, pero ese es el objetivo. No sé cómo se podría levantar la situación de la danza en España, no tengo el secreto del cambio, pero si por mi parte puedo aportar un granito de arena y ayudar a un grupo de bailarines, a encontrar un futuro, para mí sería un orgullo.

¿Qué hay que hacer para bailar en su compañía?

–Tener muchísima pasión por la danza. Cuando hicimos la audición, no pedimos ningún requisito físico ni de edad. Queríamos crear para los bailarines, que fueran el instrumento de inspiración. Teníamos ya un boceto de la coreografía, ya que, además, al proyectar una película, todo tenía que estar bien bocetado, pero no pusimos ningún requisito. Queríamos gente con pasión y ganas a la que demostrarle que es posible bailar disfrutando, en buen ambiente, con respeto, de una manera positiva, exigiéndote mucho, porque yo siempre me he exigido mucho, pero sin juzgarte ni autocriticarte. Así que el objetivo último es darles la oportunidad de ir a escenarios maravillosos, porque una nueva compañía raramente tiene la posibilidad de estrenar en el Arriaga, de ir a Madrid, Zaragoza, Baluarte... Iremos a Granada, Portaferrada, Italia o Alemania (Teatro Nacional de Múnich) el año que viene. Son teatros muy importantes y, gracias a mi nombre, puedo llevar a la compañía.

Al margen de lo que de lo que les pueda enseñar a nivel técnico, tienen acceso a toda su experiencia y se la puede transmitir. Por ejemplo, ¿cuáles son las principales lecciones que le ha dado la danza?

–Tengo una de las carreras más longevas que existen en el mundo de la danza actual, y creo que simplemente es porque he conseguido disfrutar en cada momento. Nunca he dejado de ser feliz al 100%, he buscado siempre otros sitios, trabajar con gente diferente, experimentar y vivir esas experiencias personalmente. Lo que puedo hacer es guiarles un poco a través de mis vivencias y de mi experiencia y no solo a través de teorías. Los inicios son muy importantes porque la forma en la que uno va a gestionar su mente es parte de las raíces de esta profesión. Es ahora, de jóvenes,cuando tienen que aprender a pensar de una forma positiva, a exigirse de una forma positiva. Uno puede hacer el mismo ensayo y terminar diciendo ‘a mí esto no me sale’ o terminar diciendo ‘esto lo puedo hacer mejor’. Parecen tonterías, pero tienes que estar un día tras otro delante de un espejo, de manera que si aprendes a exigirte de una manera productiva y positiva vas a llegar mucho más lejos y terminarás sin quemarte o sin traumatizarte en algunas situaciones.