Entrar en el Pabellón de Mixtos de la Ciudadela estos días es como disfrutar de un paseo por los paisajes que Navarra ofrece a lo largo de las cuatro estaciones. Invita el artista Tomás Sobrino Habans, que, en su exposición Los árboles que nos quedan, ofrece una cincuentena de óleos que reflejan las estampas “va absorbiendo en su día a día y nos trasladaa través de su pintura”.

Abierta hasta el 30 de junio, la muestra del representante de la Escuela del Bidasoa llega a la Ciudadela 9 años después de la última que realizó en el mismo espacio. Una sala que se ha tomado “como un lienzo” para componer su diálogo con el público, al que no solo asoma a las vistas de Baztan, sino también a las de la “Navarra media”, con apuntes sobre las Bardenas, Estella o San Martín de Unx, así como del mar. Un mar que le sirve “como terapia”, confiesa. “Me cura, me permite mirar lejos, al horizonte; cuando fijo mis ojos en él, cualquier pequeño problema que llevo conmigo me parece pequeño”, añade.

Uno de los paisajes de Baztan que recoge el pintor de Elizondo. Iban Aguinaga

De Ramón Andrés

El pintor baztanés se ha inspirado en el poemario homónimo que Ramón Andrés publicó en 2020. “Tenemos la suerte de que Ramón viva en Elizondo, suelo coincidir con él tomando café o paseando y recuerdo que cuando leí ese libro sentí lo mismo que siento cuando paseo bajo los árboles, junto al río...” Así que llamó al escritor para tomarle prestada la frase, y no solo “accedió encantado”, sino que también le ofreció el último poema de aquel volumen, en el que se refiere a los árboles que nos quedan como aquellos “todavía no alcanzados”. “Tendrá un hogar en el color del haya quien los defienda. Hay árboles que parecen anteriores a la tierra, los robles y los tejos, por ejemplo, arraigados en una mano perdida y mortal que quiso hacer el mundo y no pudo”, continúa Andrés.

Desde el punto de vista del artista, el poeta se refiere “a los árboles que nos quedan por pintar”. “Espero que aun tenga por delante un largo recorrido pictórico los colores son fundamentales para el artista, que pinta siempre con espátula, “pero sin empastar, con trazos cortos”. “En Navarra, las estaciones son diferentes y se pueden apreciar las distintas tonalidades de la naturaleza”, comenta. Y subraya que, en Baztan, “el municipio más grande” de la comunidad, esos cambios se notan aun más porque el 80% de la tierra es comunal “y no se puede especular con ella”. Eso sí, reconoce que no le gusta pintar el verano del valle “porque parece que echan un cubo de pintura verde y todo en el paisaje es igual, sin matices”. De ahí que para él el curso comience después de la exposición que acostumbra a hacer en Elizondo durante el período estival “y termina en torno al mes de mayo”, cuando vuelve a preparar esta actividad.

El cambio de los colores con el paso de las estaciones se refleja en las pinturas de Sobrino. Iban Aguinaga

Escuela del Bidasoa

Comenta Sobrino que en agosto se ocupa también en Baztan del taller de pintura del natural que inició José María Apezetxea en 1994. “El que quiera venir a pintar, que venga, es una actividad abierta. Quedamos por la mañana en la pastelería Malkorra y, si estamos todos de acuerdo, vamos adonde alguien del grupo propone”, indica.

El taller fue una de las iniciativas de la Escuela del Bidasoa, de la que apenas “quedamos Xabier Soubelet y yo”; el resto –Apezetxea, Ana Mari Marín, Mentxu Gal, etcétera– ya han fallecido. 

Abstracción y figuración

En el cruce entre la abstracción y la figuración habitan los cuadros del creador navarro, que en ningún caso se considera representante del realismo. “A veces, el haya que pinto no es el haya que he visto, aunque lo parezca; en cambio, otras, los reflejos del río en movimiento son más figurativos”, pese a su aspecto abstracto, señala el artista, al que le “encanta” plasmar el agua. “Esta no es la realidad, es mi realidad”, insiste.

Aficionado a las caminatas, remarca que no pinta siempre que sale con el caballete. “En ocasiones, disfruto solo mirando” y las pinceladas llegan después. Así es “como fluye mejor la pintura” y como se la toma Tomás Sobrino, que, en palabras de Ramón Andrés, “es uno de esos espíritus escogidos que corresponde a cuanto la naturaleza ofrece, su pintura es un agradecer, un gesto de reciprocidad ante lo que nos es dado”. “En su obra se oyen los bosques, el mirlo que canta en su vuelo, el crujido de las copas oscilantes, el caballo joven que pace oculto entre los prietos helecho de junio”, continúa el autor, que también se refiere a las marinas que el pintor recoge “con su vaivén de climas que dejan en la orilla lo que hemos navegado a solas, en nuestro interior, que siempre viene de costas muy lejanas y, sin embargo, nuestras”.