No recuerdo cómo llegó la historia de Oier Lakuntza Irigoien a mis oídos. Si fue Ángel, su padre, quien contactó directamente con el periódico o la conocí a través de algún conocido de un compañero de la redacción. No me acuerdo. Lo que nunca olvidaré fue aquel primer encuentro que mantuve con ambos en el salón de su casa, una mañana de enero de 2012 , ni tampoco el pensamiento de algo tenemos que hacer que atronaba mi cabeza cuando cerré la puerta de aquel piso del centro de Pamplona y me monté en el coche en dirección a Areta.

Portada de enero de 2012 informando de la historia de Oier Lakuntza. ARCHIVO DIARIO DE NOTICIAS

Su historia me impactó. Un joven sordociego, con una enfermedad degenerativa (síndrome de Wolfram), a quien la Seguridad Social le reclamaba 11.150 euros por considerar que la prestación económica que recibía por tener una discapacidad del 86% era incompatible con los rendimientos de trabajo de su beca de investigación.

La juez da la razón a Oier Lakuntza. ARCHIVO DIARIO DE NOTICIAS

En otras palabras, le estaban exigiendo que devolviera un dinero que Oier necesitaba para poder vivir mejor (aparatos para los oídos, pastillas para su enfermedad...) por el simple hecho de que este joven, pese a todos los obstáculos, había logrado una beca de investigación para realizar su tesis doctoral en Química Téorica y Computacional. Una ayuda que obtuvo por méritos exclusivamente académicos. Por tener un expediente brillante, que ratificó al recibir la mención cum laude en su tesis doctoral. 

La Seguridad Social reclamó 11.150 euros a Oier Lakuntza. ARCHIVO DIARIO DE NOTICIAS

Nada más conocer la historia de Oier sentí una profunda admiración. Me fascinó su tesón y su inteligencia y esa forma de mirar de frente a su enfermedad y esquivar todos los obstáculos para seguir adelante con sus sueños. El de ser un excelso investigador y, en sus ratos libres, un estupendo bertsolari. Pero también sentí una rabia inmensa por la tropelía que se estaba cometiendo con aquel joven pamplonés. Y salí de aquella casa con la intención de poner mi granito de arena para que se hiciera justicia con Oier.

Este periódico apostó por dar visibilidad a su historia. Su denuncia saltó a portada y recuerdo como al día siguiente varios los medios de comunicación, locales y también estatales, llamaron y escribieron a la redacción para pedirnos el contacto de Oier. Su historia tuvo el eco mediático que merecía. Y nosotros seguimos contando más cosas de su vida. Recuerdo que entrevisté a los que habían sido sus profesores y profesoras en Paz de Ziganda ikastola, institutoIturrama, Universidad de Navarra y al que entonces era su director de tesis Jesús Mª Ugalde. Todos tenían buenas palabras sobre Oier. Destacaron sus logros, su vocación científica y su espíritu de superación: “Oier hace fácil lo imposible”, repetían.

Profesores destacan sus logros y espíritu de superación. ARCHIVO DIARIO DE NOTICIAS

En las semanas siguientes seguimos publicando noticias sobre este caso. Primero informamos sobre la rectificación de la Seguridad Social, que rebajó la cuantía reclamada y después el juicio, en el que Oier acompañado de sus padres, Ángel y Arantxa, defendió su derecho a recibir la prestación. 

Un mes después, el juez dio la razón a Oier y colmó de satisfacción a su familia y a la periodista que había narrado su historia y ahora escribe este artículo.

En los periódicos muchas veces contamos historias de personas anónimas. Relatos, en ocasiones, felices, y en otras de enorme dureza y tristeza. Puede sonar a tópico, pero es lo que más me gusta de esta profesión. Poder denunciar situaciones injustas, servir de altavoz para muchas personas que, de otra forma, no podrían contar su historia y sentir que, en ocasiones, salir en el periódico, como se dice de forma coloquial, sirve para cambiar las cosas. Porque, aunque hoy en día nuestra credibilidad está cada vez más en entredicho, la prensa sigue teniendo poder.

Damos noticias, a veces exclusivas, ofrecemos información que dan un servicio a la ciudadanía, pero sobre todo contamos historias. Sin ellas, sin sus protagonistas, nuestro oficio no tendría sentido.